lunes, 16 de mayo de 2011

Testamento

Mientras me lavaba los dientes, para terminar de vestirme e irme al trabajo, observé como en tu propio ritual matutino, te afeitabas la barba parchada. Te cortaste bajo el mentón y como si no te importara, porque pasa muy a menudo, seguiste con el resto del cuello, la mejilla, el espacio bajo la nariz y sobre la boca. Esa pequeña heridita, comenzó a llenarse de sangre y mientras tú la ignorabas, pensé que pasaría si esa herida lograra matarte. Si ese chorrito de sangre ignorado, siguiera corriendo en el día, desangrándote de a pocos, si tal vez se abriera más, al mover tu cuello para ver a ambos lados antes de cruzar la calle. Si fuera tan grande, que por ahí se escaparan algunos órganos y huesos, sin que lo notaras. Si todo esto pasara y te desangraras en el parqueadero o en el lobby de la oficina y nadie se acercara y te dijera “disculpe señor, se le asoma una arteria por esa herida del cuello” o te pidiera la señora de los tintos que por favor recogieras toda esa sangre del piso, que acaban de pasar la trapeadora, si pasara esto y fuera tu muerte, que sería de mi?

Si solo al último instante notaras que mueres, alcanzaras a llamarme y yo lograra tomar los dos buses que me llevan a tu oficina, porque tu los miércoles te llevas el carro y a mí me gusta más caminar que manejar, si corriera para llegar hasta ti en tu oficina del cuarto piso, que te diría? Te miraría y te daría un último beso, antes de que se te salga la boca y la lengua también por la herida en el cuello y te diría que me firmaras un testamento que redactaría brevemente en las hojas manchadas de sangre que llevas en el portafolio y escribiría que me cedes a mi total custodia de nuestro perro y del carro y del apartamento y de los cuadros aquellos con grabados de ballenas y de la chaqueta de cuero que a tu hermano le encanta pero que quiero para mi.
También pediría que me cedieras derechos de autor sobre tus sueños, para contarlos como míos en fiestas con amigos, para realizarlos y visitar algún día la torre Eiffel y besar a alguien, para renunciar un día a mi trabajo y dedicarme a reparar motos viejas y para decir que soñé con un pájaro que volaba alto y me hablaba de acciones en la bolsa y luego yo lo invitaba a un café y hacíamos el amor. Incluiría en ese testamento improvisado un párrafo dando gracias a tus padres y a los amigos cercanos y a tu jefe por ser tan decente de no despedirte al desangrarte tu en el lobby de la oficina y perder varias horas de trabajo. Después anotaría los detalles de tu funeral, que debería sonar David Bowie y no alguna canción de música clásica aburridora, diría ese documento que después de que termine este largo proceso de desangrarte por una heridita en el cuello, tengo yo derecho a conservar tu corazón.

Ya se, te parecería extraño y objetarías y yo diría: Si me das tu corazón le haré un altarcito en nuestro apartamento y le pondré flores y papelitos con pedazos de canciones y escribiría los links de los videos en internet para que los encuentres donde estás, si es que tienes internet y limpiaría tu corazón a diario, para evitar que se empolvara como lo hacen las vírgenes en los altares de las calles de barrio y mantendría florecitas, pero artificiales porque me da mucha pereza comprar flores frescas a diario y no dejaría que el perro mordiera tu corazón, ni siquiera dejaría que lo oliera, con esa fascinación que tienen los perros por todo lo que huele feo. Y tendría ese corazón ahí para mostrárselo a las visitas cuando vengan y como una vieja loca, lo incluiría en conversaciones con terceros “cierto que esa película de los elefantes nos gustó, cierto corazón?” y en las noches me sentaría junto a tu corazón y le diría como estuvo mi día, me sentaría contra el muro junto al altarcito a comer algo en la noche y contarle lo que pensé y lo que vi gracioso en televisión y los zapatos que quiero comprarme. Y seguiríamos así mientras tu corazón lentamente se pudre y deshace y yo me iría deshaciendo también, porque tu corazón jamás podría responderme, no podría ni latir en aprobación o para mostrar que ríe de mis observaciones astutas. Y yo cuidaría ese corazón, hasta que se volviera pequeño y negro, aunque cuando te dijera que quiero que firmes un testamento cediéndome tu corazón, tú te rieras y te pareciera estúpido pero igual firmaras. Y ese testamento diría que nadie puede quitarme ese corazón y que soy la única dueña y que solo yo podré cuidarlo.

Haría todo eso, si por esa cortadita te desangraras y murieras. Pero aún hay tiempo, te veo mientras te afeitas y antes de que termines, busco un papelito y con babas lo aplico con precisión de cirujano sobre la cortada roja en tu cuello y veo como se frenan la sangre y mis pesadillas de altares de corazones y testamentos de sueños. Y te abrazo y te digo que tu corazón está a salvo conmigo.

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