martes, 18 de enero de 2011

Ojos

Ana:

He perdido la última fotografía donde sales, cotidiana y sonriente, atrapada en mitad de alguna frase. Era la última que quedaba y aunque tu dirías que no era la más bonita, para mi aquella imagen evocaba lo mejor de tu persona. Ya no busco aquella foto más por la casa, eso fue hace muchísimos años.

He optado por intentar reconstruirla. Con linternas en la noche entro a las casas de los vecinos, robo los cuadros con los que adornan la sala. Los rostros de los hombres de importancia nacional se me parecen al tuyo. Hasta el gato de aquella publicidad de chocolates me mira con tus ojos de humo, así que lo he arrancado con mucha delicadeza de la pared de un bar en el centro.

Hace días tuve que salir corriendo porque una niñita gritaba que le había robado su muñeca. Como iba a ser su muñeca, si tenía tu misma sonrisa?

Las estampitas de la Vírgen que cuando niño me incomodaban, hoy parecen la más fiel de las copias del rostro amado. Podría decir que de virgen solo tenías la mirada. Pero eso me basta para comprarlas semanalmente a las ancianas de la Iglesia del parque.

Estos retratos varios que he coleccionado hasta el momento, no logran satisfacerme. Siento tuyo el rostro de la Gioconda estampada en una cajita de fósforos y también me ves amablemente con ojos de vaquita en la bolsa de la leche. En algún momento he jurado que eras tú el anuncio de labiales en una valla por la autopista. Grité mucho desde mi auto para ver si respondías. Aunque no lo hiciste, preferí robar la valla y ahora la uso de cortina.

Pero estas representaciones solo lo son temporalmente. Como si tu alma se borrara con el paso de los días de mis tesoros coleccionados. A veces vuelvo a mirarlas y me avergüenzo de creer que eras tú. Entonces termino botando estampas de santos, recortes de caricaturas, billetes de otros países, imágenes de revistas y haciendo otra vez espacio para nuevos rostros que se parezcan a ti. Hago espacio para más porque mi obsesión aumenta. Y entonces enloquezco al no saber si tenías arrugas o labios delgados, al no sospechar de tu barba ocasional o tu nariz aguileña. Enloquezco al pensar que tal vez tu rostro son todos los rostros del mundo y jamás podría coleccionarlos todos.

Como te digo, mi obsesión aumenta.

Hoy ocurrió un incidente que me obliga a escribirte esta carta.

A veces cuando me afeito en el espejo atrapo un fugaz recuerdo de tu mirada en la mía. Y dejo de parpadear hasta que me nublan las lágrimas. Y siento entonces que me ves desde el fondo de mi alma. Y temo profundamente, porque dentro de mí hay un impulso de coleccionista enfermizo, que quiere cobrar mis ojos, por ser espejo de los tuyos.

Hoy por ese impulso me he quedado ciego. Y tal vez es mejor así, porque no podré causarme más daño, ni robar, ni continuar esta colección absurda. Pero si me amas, si alguna vez cruzaste tus ojos con los míos, envíame una foto. Puede ser ajena, puede ser de algún paisaje. Yo ya no tendré como saberlo.