domingo, 26 de febrero de 2012

Las Ciudades y los Sueños*


La ciudad de Asalia tiene un clima como ningún otro. Sus bronceados habitantes visten con prendas frescas y holgadas donde se leen mensajes en lenguas extranjeras, a menudo mal escritos o carentes de sentido. Suelen combinar de una forma inusual los colores, naranja y verde, amarillo y púrpura, rojo y ocre. Nunca se los verá vestidos de azul. En Asalia viven del comercio, baratijas, joyas y pequeños juguetes mecánicos. Caminando por las grandes plazas centrales se encuentran todo tipo de aparatos y mecanismos brillantes, la mayoría inútiles, solo del interés del viajero. Los habitantes de Asalia nunca tienen estos juguetitos en sus casas, aparte de ataviarse con prendas extrañas, llevan una vida modesta.

La ciudad toda parece una joya brillante. Las torres suben casi hasta tocar el sol en el centro de Asalia, hoteles, comercios y restaurantes creciendo en torno a una gran plaza, siempre movida y ruidosa. Cada edificio está formado por paneles de un metal plateado que ondulan y conectan todas las construcciones en una sola muralla, brillante como un espejo. Solo hay un obelisco sobre un gran reloj en una de las torres, las demás terminan como curvas, como olas o sin un límite claro, porque el firmamento parece derretirse sobre las grandes construcciones de Asalia. El azul claro y las nubes se reflejan en las murallas de espejo, descendiendo el cielo entero hasta la base de la gran plaza, como una ilusión donde a veces entre cirros de plumas rizadas o esponjosos cúmulos se abre una puerta, se asoma alguien por una ventana, se cuelgan como en el aire, collares, cajas musicales, esferas con luces para antojar a los turistas.

El engaño es duro para los extranjeros. En los días de cielo despejado chocan contra los edificios, aturdidos como al chocar las aves contra el cristal. Tantean con las manos al frente para evitar estrellarse, imitando el caminar prudente de los ciegos. Cuando el turista permanece por varios días, comienza a entender y adoptar el vestuario local, evita el celeste, añil o cerúleo, cubre la piel y utiliza ungüentos protectores contra el reflejo del sol, para no quemarse. El efecto de Asalia en el visitante es abrumador al principio, algunos se enferman de migrañas por la ilusión del cielo interminable y el exceso de luz, generalmente hacen sus compras y continúan su camino. Las mentes foráneas que se adaptan a la muralla de espejo pagan un precio justo, pues los atardeceres en Asalia no tienen comparación, ni las arenas del desierto de Melina, ni los ríos de cama de mármol en Efra brillan con tantos colores. Asalia se convierte en una ciudad invisible, en un atardecer donde el sol parece ocultarse por todos los puntos cardinales y aquí y allá, en medio de las nubes se ve un rostro en una ventana, una puerta hacia la nada, un balcón en medio del cielo lleno de baratijas y juguetes para atraer a los turistas.

*De un sueño que tuve, en el que me sentí viajando por Las Ciudades Invisibles de Italo Calvino.