viernes, 30 de diciembre de 2011

Viernes de trapecistas in love


No soy una persona que sueña. Algo no funciona bien con mi cerebro y soñar es una ocasión escasa, a veces producto de una comida abundante o de algún cambio de rutina. Hace un año intenté practicar Yoga y las noches después de sesión siempre tenía sueños largos, coherentes, llenos de imágenes, diálogos y una línea narrativa interesante. A veces después de hacer ejercicio en la noche o de comer carne roja, vuelvo a soñar, pero siempre se esfuman todas las imágenes al abrir los ojos y solo permanece un dejavú extraño, como los morteros para mezclar hierbas mantienen siempre un aroma fantasma.
Soñar para mí es un privilegio escaso. Anoche fue una de esas contadas ocasiones en las que soñé como sueñan los otros de mi especie y logré almacenar un poco de recuerdos de lo que se dibujó mientras dormía.

Soñé con una pareja de trapecistas de circo.
Las imágenes son borrosas, recuerdo el vértigo de sus saltos, los giros en el aire, recuerdo los ensayos y las caídas. Recuerdo que el Maestro de Ceremonias -el patrón- miraba con aire severo cada vez que una pirueta no salía como debía. Yo era ambos trapecistas a la vez y los dos nos sentíamos envueltos en una completa tristeza.

Al parecer la trapecista, una chica de menos de 20 años, raptada de algún lugar pobre y frío de la antigua Unión Soviética, estaba casada con el Maestro de Ceremonias (o de alguna forma más trágica todavía, le pertenecía a él) y ella realmente estaba perdidamente enamorada de su compañero trapecista.
Ambos estábamos enamorados y -oh, sorpresa!- era un amor imposible.
La vida circense parece una imagen de romanticismo surrealista, de poesía freak, pero detrás de las carpas realmente solo imagino olor a excremento de animales desnutridos, disciplinas tediosas, personajes mezquinos, oportunismo, esclavitud, maquillaje vencido, ebriedad constante, risas baratas que duran poco. Al menos así parecía la vida en este circo.

Al parecer, Yo-ambos queríamos huir de todo esto. Ambos trapecistas llegamos a un punto de total desesperanza, fantaseábamos (más Yo-ella que Yo-él) con arrojarnos sin malla de seguridad y dejar que las manos se resbalaran de las barras y caer simplemente en medio de una función de periferia urbana, con un público mediocre de gente pobre y con poco interés en dejarse sorprender.
Creo que el guionista de esta historia en mi cabeza, alguien más optimista que yo, no fue capaz de permitirnos un final tan triste.

La función era de media tarde, hacía un día luminoso y la gran carpa se abría hasta la mitad del techo. Yo-él me lanzo primero, me balanceo y tomo impulso, cuelgo mis piernas de la barra y mis brazos están libres para recibirla. Yo-ella tomo impulso y me lanzo, me balanceo, logro tomar un ritmo y nos encontramos en el centro de la carpa.
Me atrapo, Yo-él atrapa a Yo-ella y en el breve instante en el que nos balanceamos Yo-ambos, surge una idea. El trapecista toma todo el impulso posible, espera el momento de máxima tensión de los cables y suelta a la trapecista en dirección hacia la gran abertura de la carpa. Ella gira en el aire y en medio de su pirueta, se convierte en un pájaro y en vez de caer sobre el público se aleja por un cielo lleno de luz. Mientras esto sucede, el trapecista se devuelve en su barra, vuelve a tomar impulso, espera la tensión máxima de los cables que lo sostienen y también se deja ir en una pirueta que lo va transformando en un ave mientras gira, aleteando con fuerza antes de llegar al suelo, se une a su compañera, Yo-ambos soy libre y al parecer, soy dos pájaros.

Tenía que escribirlo, no es una historia, es solo un sueño, pero por los dos trapecistas que fui una noche, tenía que escribirlo. Donde estén que sean felices, yo creo que son azulejos y que a veces todavía hacen piruetas por ahí.